Escribir con beca


De unas semanas para acá, leo y releo montones de páginas tratando de encontrar sentido a una escritura dispersa: la mía. Inicié un libro bajo las condiciones del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA). He formado un catálogo con diversas obras de Fernando García Ponce e interpreto, con libertad absoluta, sus propuestas: anoto sobre arte y abstracción, busco narrativas e hilos conductores entre color y forma, aterrizo en texto una tarea imposible. Cada libro, como cada beca, es un procedimiento quirúrgico delicado. Cuando finaliza un proceso, por lo general, se tiene un extenso borrador dispuesto a desmembrarse. 

Al solicitar una beca, se extiende un proyecto con pretensiones específicas: un qué, un cómo y un por qué. La redacción de ese proyecto no es precisamente estática. Lo que hay son dinamismos. Otros proyectos, claro, se apegan por completo a la convocatoria, replican montones de solicitudes y consiguen triunfar, es cierto. También (y ahí está la verdadera gracia) algunos artistas se las ingenian para que el proyecto, con el grado de formalidad necesaria, contenga rasgos de estilo propio. No hay fórmulas reales para obtener becas, eso es incuestionable, lo que sí hay son tendencias: temáticas, modos, políticas. Creo, sin embargo, que es posible escribir y solicitar becas dando la espalda por completo a estas cosas. 

Hay montones de diarios al respecto: escribir bajo calendario es difícil. Dar seguimiento a una idea, desdoblarla, también lo es. El proceso (toda la maquinaria que somos capaces de gestionar y controlar) detrás de un libro es y será siempre lo que no se ve, lo que en la cadena de sucesos realizados no tiene escaparates públicos. El proceso es, a fin de cuentas, el conjunto de mecánicas que otorgan al autor las herramientas para capitalizar la nebulosa del proyecto. No entendí esta gestión cuando tuve mi primera beca, en 2017. Intenté, por todos los medios posibles, hacer una obra comprometida y emocionalmente buena. Se trató, después de todo, de un monstruo de ochenta páginas que sufrió diversas amputaciones. El libro final no es precisamente lo que prometí en la beca, porque no pude controlarlo, y me di cuenta de que el “compromiso” en el arte no es algo que me interese. He de confesar, incluso, que no esperaba ganarla. Menos pensé escribir ese libro. ¿Qué pasó? En realidad, nada. El PECDA, para ese momento, era gestionado de la forma más nefasta posible. No tuve nunca un asesor, y pude conocer realmente las cuestiones de asesoría hasta ingresar al programa Jóvenes Creadores del FONCA en 2021. Esa fue otra historia: ahí, en verdad, había comprendido mis límites.

Escribo estas líneas como si hablara en un teatro vacío, improvisándolas, como quien huye de una obligación. Hoy celebro que el PECDA funcione, no por mí sino por otros creadores que experimentarán, en el estado, un sistema eficiente para su escritura. Hoy celebro, entre pequeñísimas lamentaciones, estar escribiendo un montón de poemas apegados a un proyecto que deseaba hacer, y que como muchas otras veces, hubiera sucedido con o sin beca. No debe confundirse, en la vida profesional del escritor, la palabra “apoyo” con la palabra “beca”. Para el apoyo no hay jurados. 


[Publicado originalmente en "El Egoísta",
columna del diario Novedades Yucatán]