Del escritorio a la escritura


Hace seis meses viví un momento importante: me casé, y la unión trajo consigo una mudanza ágil. Poco a poco trasladé mis pertenencias (un mueble con poco más de cien libros, ropa, papeles, un Nintendo Switch, etc.) a la nueva casa, lo que me dejó durmiendo algunas noches en una habitación cada vez más vacía. Lo último en moverse, como no podía ser de otra manera, fue mi escritorio: ese sitio en el que pasé la gran mayoría de horas los últimos años, escribiendo, leyendo y dando clase. Todo lo que he publicado, desde correos hasta libros de poemas, salió de ahí. Ahora redacto en el mismo escritorio, pero con una locación totalmente distinta. Una nueva habitación significa un nuevo hábitat, en el que muy pronto se descubre lo importantes que son el aire fresco y la luz natural para este oficio. 

Miro las fotografías de diversos escritores en sus espacios, se rodean con montones de papel y libros irreconocibles. De alguna manera se percibe, en las fotos, un olor a madera y humedad que se confunde con ideas románticas. Pienso en la justa obviedad del orden y mi negación respecto al caos de la creación literaria. La mente, al escribir, suprime montones de ideas que acaban alojándose con precisión en la memoria y su respectiva trampa. 

Toda escritura poética es un reflejo del espacio en que se gesta. No puede ser de otra manera: las cosas ordenadas correctamente son un reflejo de las palabras que disponemos al escribir. Incluso una lata vacía tiene una forma precisa de quedarse ahí, esperando caer en un cesto de basura. ¿Y qué es lo que buscamos al configurar nuestro espacio? Personalizamos, con nitidez compositiva dejamos esto y lo otro en cierto lugar, midiendo con los ojos los extremos de la mesa. El sitio del encendedor, de la taza y los cuadernos. 

Tengo frente a mí un collage basado en algunos de mis poemas, una carta de Pokémon plastificada junto a algunos post-it que marcan mis pendientes restantes. A mi lado derecho una figura de Deathmask de Cáncer (sí, el de Saint Seiya), mientras a mi lado izquierdo tengo un regalo que me realizó mi esposa: un portarretratos que contiene, escrito con tipos móviles, un texto de José Ángel Valente (Quedar / en lo que queda / después del fuego, / residuo, sola / raíz de lo cantable). Del gesto de amor al gesto de personalidad, sólo así pueden construirse los ecosistemas para hallar efervescencia en la escritura. Y si bien la obsesión con el orden es un rasgo personal, sostengo que el escritor debe encontrar el concierto en su espacio.

Alguna relación existe, estoy seguro, entre los hallazgos formales de la escritura y los escritorios en que trabajamos. Siempre nos falta algo en el poema, y siempre miramos hacia todas direcciones buscando una respuesta. Lo que hallamos son objetos, pero más aún objetos distribuidos específicamente por el azar del día, y la respuesta que buscamos puede estar ahí, puesto que “no hay ideas sino en las cosas” y, añadiría, su lugar en la mesa.


[Publicado originalmente en "El Egoísta",
columna del diario Novedades Yucatán]