Revistas desechables

Aunque su importancia va en claro detrimento, las publicaciones seriadas e independientes de literatura (revistas, suplementos culturales, pasquines) mantienen cierto auge. Entre autores nóveles y consagrados, más lo primero que lo segundo, se sostienen. La gran mayoría de ocasiones sin otro capital que el humano. Es común para los escritores iniciantes buscar y rebuscar revistas literarias para sus primeros textos y, claro, depositar allí la ilusión de estrenarse. En términos futbolísticos, algunas revistas son La Masía catalana, y otras la cantera corrupta de un equipo mediocre. 

En un ecosistema predominantemente digital, la sobrepoblación de revistas ve su padecimiento duplicado: demasiada oferta en plataformas cuyo contenido tiende a la fugacidad. Y que no se mal entienda: las redes sociales son el método de circulación más viable con todo y despropósitos. Pienso y escribo estas cosas mientras repaso lo que fue Bistró, una revista digital de literatura y artes visuales lanzada en 2015 que sufrió de metamorfosis crónica, desde la línea editorial hasta el diseño de interiores. Bistró detuvo sus labores en 2021, debido a que el 80% de textos que recibíamos estaban publicados previamente en sitios similares, mientras el 20% restante no alcanzaba la calidad mínima de lo legible. 

¿Cómo reclamas a un grupo de autores si no puedes pagar por sus inéditos? No puedes. ¿Y cómo logras distinguir tu revista del resto? Dejando de lado, quizá, el protagonismo de la creación literaria estándar para abrirle paso a la crítica… Cuando intentamos lo anterior, recibimos diez veces más poemas. Era obvio, porque ¿quién escribiría crítica real y punzante en un medio como el de la literatura mexicana? El diagnóstico, entonces, fue desalentador. Nuestra revista, dijimos, no tiene razón de ser, así que optamos por la eutanasia editorial. Bistró estaba destinada a ser un pequeño kamikaze, pero no un fracaso: su ciclo había terminado y la ilusión no persistía. 

Esta decisión documentada nos hizo cuestionarnos cuántas revistas no pasan por lo mismo, y tras años de esfuerzo no logran levantarse; cuántas revistas tienen, y por paliza, más autores que lectores. ¿Para qué seguir? No hablo del esfuerzo en vano, sino del papel que desempeña una publicación en un circuito tan lineal y predecible. Toda revista literaria es una provocación o un manifiesto, una flecha lanzada a la diana más específica de todas, y su objetivo se cumple o se degenera, quizá se expande. Si los motivos tras la fundación de un proyecto de esta naturaleza están claros, los motivos para acabarla no pasarán desapercibidos.

Quizá muchas revistas independientes son producto del impulso estudiantil y la juventud cruzada, periodo que también caduca. Recuerdo cuando un grupo de universitarios fundaron una pequeña revista bajo el esquema de invitar “evaluadores” por cada número, argumentando su “incapacidad” para evaluar los textos ellos mismos. Fuera de que eran estudiantes de literatura, ¿qué les hizo pensar que serían capaces de gestionar una revista literaria si no se atrevían a formar un consejo editorial sólido? El resultado: un número y, más importante aún, la dignidad suficiente para reconocer una caída.


[Publicado originalmente en "El Egoísta",
columna del diario Novedades Yucatán]