La escritura impropia: Y por mirarlo todo, nada veía, de Margo Glantz

 


No es arriesgado decir, por cuestiones prácticas, que la literatura resume sus inmensas sustancias en dos términos: lo estable y lo inestable. Por un lado, aquella literatura que dispone de los mecanismos formales “clásicos”, alterando sus modos (sus herencias) desde la sensibilidad; del otro lado, la contraofensiva que no sólo revierte a la tradición en turno sino que tiende a modificar sus sensibilidades (los lirismos, por ejemplo) al punto de ocultarlas con la propuesta de escritura (la forma, propiamente). La noción de lo proporcionado vs lo deforme, la preocupación de la experiencia vs la propia del lenguaje; uno acusado de temeroso (tal como hace Maurizio Medo en la espléndida antología País imaginario. Escrituras y transtextos. Poesía latinoamericana 1980-1992), el otro de excesivo. 

Lo cierto, aquí, es que las taxonomías son insuficientes y poco agraciadas. Interesan, quizá, los matices. ¿Una literatura que suelta las amarras del género (literario) es ya una propuesta inestable? Probablemente. ¿Una autora que escribe desde la dotación de fragmentos sui generis y anotaciones es ya una escritora de lo inestable? No habría duda. Margo Glantz es un caso extraordinario de dinamismo escritural: sus obras, especialmente las de talante narrativo, rechazan las convenciones de la creación estable. 

Y por mirarlo todo, nada veía puede explicarse así: un libro construido a partir de residuos de internet, encabezados de notas periodísticas venidas a menos; seis epígrafes que van de Sor Juana y Quevedo hasta Szymborska y Kafka, todo esto comprimido por una pregunta inicial y una “conclusión” citada. Eso es todo, justo como El libro de los pasajes de Benjamin es un libro extraordinario y confuso de tejidos textuales. Eso es todo, justo como La soledad del lector de David Markson es un abanico de anécdotas encadenadas. Y eso es todo, justo como Me acuerdo de Joe Brainard es una novelita “experimental”. El todo, pues, condensado en su método de lectura. Todos estos libros disponen de su propio manual de fácil acceso (una pieza que se desdobla desde su mecanismo). Leer desde la confusión, desde lo no explícito y sombrío, caótico. El texto, entendido como dispositivo, pareciera requerir en estas obras una activación lúdica basada, desde luego, en la lectura, pero en la lectura no del “sentido” sino de su propia dispersión.

Hablamos abiertamente de actos conceptuales. Esta pieza de Margo Glantz no es tan distinta a las propias del movimiento Fluxus. Se trata, sobre todo, de una lectura de gestos, de una experiencia estética más bien peculiar y cuyo valor radica en lo ideado, no en lo producido. La idea, aquí, es generar la ilusión del scroll propio de las redes sociales (soporte por el que circula y se confunde la información de nuestro siglo), y llevar esa acumulación, ese ensimismamiento informativo, a grados hiperbólicos.   

Nos interesa especialmente la noción de Proceso (así, con mayúscula). Un proyecto literario que se basa en “estar al día” con la actividad noticiosa, tejer una crítica contra el consumismo rancio sin ensayar el tema, organizar fraseos para generar un “sentido” a través del montaje, siendo este montaje el verdadero sentido, ¿cómo resolverlo? En una entrevista realizada por Iván Thays para Moleskine Literario Podcast, Glantz señala: 

Empecé a mirar que Facebook tenía una serie de consignas que la gente seguía ciegamente. Por ejemplo, decían: “¿cuál es tu estado?”. Entonces me puse a trabajar en esos “estados” y escribí, durante cinco meses, pequeñas frases sobre el tema para ver si funcionaban como libro. Pero me di cuenta había otras cosas que me interesaban, como Twitter. 

Remata diciendo que el libro, a comentario de su editor, era más que una cuestión de redes sociales. También señala una obsesión autoral de aproximadamente un año y medio de trabajo sin pausa. La resolución lógica, para Glantz, fue redirigir el proceso de creación hacia pequeñas plasmaciones autorefenciales y autobiográficas (como en buena parte de su obra), pulverizando la médula del Yo que termina perdiéndose, o escondiéndose, entre el afluente textual. Del mismo modo, los estandartes del performance tecnológico poseen una piedra angular: la mítica Enciclopedia Libre de Wikipedia, que fue puesta a maquinar en Y por mirarlo todo, nada veía, usando a su favor lo enrevesado de las definiciones. 

El público de las noticias digitales es vastísimo (el 66.6% de la población mundial), y este público está especialmente domesticado para scrollear las novedades diluyéndose en los encabezados. Existe un público objetivo para la obra en cuestión, pero ¿cómo evadir la otra especialidad del público, la literatura, con su modus determinado en materia recepcional? Kenneth Goldsmith recuerda en Lo que la escritura puede aprender de las artes plásticas que artistas como Warholl y LeWitt ejemplifican, a través de sus espectadores, un cambio en la percepción global del arte, apreciando actos estéticos sin “la necesidad de verlas [las obras] en su totalidad” ni “exigir una experiencia emotiva” al saber de antemano que no habrá tal cosa. Los públicos literarios no están en la misma sintonía y, a sabiendas de esto, Glantz añade ciertas detonaciones de carácter absolutamente escritural: 

[...] que en México haya muerto el hombre más obeso del mundo; que los policías estadounidenses hayan matado más de mil civiles en 2015; que un gato identificado por un chip regrese a su casa tras siete años de ausencia; que se extrañe en México a Luis Villoro, Tito Monterroso, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Luis Cardoza y Aragón; que la reserva de la biósfera El Pinacate, en Sonora, será campo de entrenamiento para la próxima misión a Marte.

Como mencionamos líneas arriba, estos fraseos pertenecen a encabezados, sí, que en ocasiones se citan textualmente y en otras se parafrasean. El caso de las anotaciones literarias y culturales corre el mismo destino, aunque partiendo de fuentes distintas (efemérides, trituramiento autobiográfico y ajeno). En lo que al arma retórica concierne, la enumeración como recurso potencialmente infinito, que se pausa sólo por el soporte limitado del libro tradicional, que se encadena por el uso del punto y coma, forja una base crucial para desarrollo de Y por mirar todo, nada veía. 

La noción del Soporte, nada despreciable para este libro, corre el riesgo de su propia virtud: las cajas, bordes y límites de la información digital, están suspendidos por la función libresca. No están, los fraseos que forman el bloque, atados al infinito textual. Esta idea de “infinito” mencionada líneas arriba es un gesto, siendo así lo suficientemente legible como para sobresalir. Siempre cabe, en una pieza literaria resuelta de este modo, la otra posibilidad “más allá” del gesto. Por mencionar, este libro no busca el infinito explícito como sí lo hace Raymond Queneau en Cien mil millones de poemas, siguiendo la lógica de la OuLiPo, ni se preocupa por la expansión de formatos como mecánica conceptual, tal como lo hizo Vivian Abenshushan en su Permanente obra negra. Margo Glantz se ve tentada a desdoblar la fascinación que le provocaron, a primera vista, las redes sociales. Una fascinación que se encaminaría hacia la extrañeza.