Diario de beca (2021-2022)

 


No me interesan los diarios de escritores como formas de habladuría y voyerismo zombie. Lo que presento aquí no es una correspondencia con lo trascendente, no es una forma de importarme a mí mismo más de la cuenta. Estas notas responden a una decisión procesual: decidí escribir un diario por primera vez, y adjuntar esa vocación literaria (no biográfica, literaria) a la práctica rarísima de crear poemas con fecha límite.
Me interesa, sí, colgar en ese sitio una fuga al sistema íntimo del diario. Selecciono y altero un par de entradas cada tres meses, tiempo en que informo a la institución convocante de la beca mis progresos. Ahí va. 


Diciembre 1 12:00 am

No deja de ser triste escribir un diario que está, digamos, pensándose. Los diarios son, o deberían ser, impredecibles. Confieso aquí que mi interés es registrar los procedimientos para desarrollar un proyecto de escritura en el que apenas me reconozco. ¿Cómo empezar? ¿Cómo admitir que una beca es similar a un premio, con la excepción de que la beca te “premia” por algo que no existe? Pero creo en los proyectos, creo en las órdenes impuestas de antemano. Creé un documento de Word -éste- bajo el nombre “Diario de beca”, y lo estoy empezando el día 30 de noviembre. Propongo una disculpa: estoy mintiendo desde la primera entrada. Pensé que La novela luminosa de Mario Levrero tenía un “Diario de beca”, cuando en realidad tiene un “Diario de la beca”, ese artículo que me apunta hacia los ojos diciendo: recibes (recibirás, quiere decir) 8532 pesos, la beca de Levrero es más cuantiosa; la tuya dice joven creador, la suya Guggenheim.
La cantidad de escritores que obtienen esta beca y hacen diarios sobre su proceso debe ser bajísima. Es estúpido, quizá; es pura y dura ensoñación, también quizá. No escribo esto para decir que poseo una beca que lo amerita, sino para decir: escribo esto en Mérida, y quiero terminar estos apuntes en otra parte. 
Si alguien leyera este diario, debe saber que mi disciplina en la escritura, cual fuera que fuese, es un artificio: es aprehendida y no dada naturalmente. Esta es mi forma de reanimar su persistencia. Y la “forma” del diario, aquí, tiene una prótesis: la alteración, la estructura de origen. No pienso en un diario, pienso en un libro, el libro que deseo escribir según las reglas, el diario del que depende lo poco o mucho que pretendo. 
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Hay algunas cosas que quiero decir, que quiero pensar en voz alta. Preproceso, un antes de, un permítanme

1. Solicité la beca del FONCA en cuatro ocasiones: primero con una médula académica y artificial, rebuscando entre la basura de internet y el auspicio del hartazgo; ése fue el primer esbozo de lo que más tarde sería El sonido de los cascos al chocarse, el que me gusta pensar es mi primer libro. La segunda ocasión concursé con una versión insustancial (insuficiente, innecesaria) de mi único libro de extensión aceptable (aceptada): un libro que trata de vincular la litiasis con montajes astronómicos. La tercera vez perdió una idea verdísima que propone ver la irradiación de la poesía en el formato del telegrama; cuando participé con este proyecto, no era consciente de ciertas piezas de Ulalume González de León o Rivera Garza, y muchísimas formas telegráficas que noté apenitas. Curioso. Mencioné, eso sí, a Espinosa y otros más con sus poemas que parecen novelas pero no lo son porque son poemas (quería algo novelesco). 
Eso es todo. Quiero decir que no la obtuve en el primer intento sino en el cuarto o quinto (pude haber recaído en uno de estos proyectos por urgencia).

2. No digo que sea importante, pero hoy sucedió ese destello particular donde mi madre habla de mis poemas. A eso de las 8 de la noche me preguntó “¿por qué escribiste un poema sobre mi hermano?”, refiriéndose a Amnistía, y siendo que pude responder “es ficción”, dije: “pues funcionaba”. Punto.

3. La primera vez que me integré a un programa de estímulos similar al FONCA, fue al del PECDA, esa beca estatal que, tan pronto se descuida uno, desaparece. Mi asesor fue un escritor local que no conocía al leer su nombre, y que sigo sin conocer porque jamás se presentó.
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Vantablack, a día de hoy, es un proyecto y no un libro. El esbozo de un futuro esbozo, una iberia del número cero. Nada. La poesía se resume así:  epistemología del no saber


Diciembre 16 5:10 pm

Gasté cuatro minutos leyendo la entrada anterior. Cuán divertido y patético puede sonarse aquí, en un diario que se piensa libro, pero día a día se afianza más en su formato privado. Pienso, eso sí, en lo difícil que es apartarse del medio literario teniendo cargos de consciencia: no hice ni he hecho nada malo, pero todo te hace sentir que sí. Cuando recibía comentarios pésimos, “críticas”, todo en redes sociales y a través de anónimos tristes. Anónimos en el sentido figurado, anónimos de la literatura que cargan la horrenda piedra de sus amistades: sus amigos son escritores, ellos no, y todo lo que saben de literatura y vida literaria (concepto triste) es el dictado imparcial de sus queridos
Pienso en esto porque imparto clase en tres horas, necesito darme un baño y preferí, como en los últimos días, postergar todo y escuchar por décima u onceava vez La Tertulia. Los escritores toman la mala decisión de hacer de sus mejores amigos otros escritores. Notarán, con el paso de los meses y los cuantos años, ciertas actitudes que desagradan. Envidia, puede ser, competencia en el sentido más hostil. Negarán las generaciones, negarán los grupos, pero quizá funden el propio. Luego querrán extinguirlo, pero será muy tarde.


11 de enero 12:01 am

Recientemente descubrí a Susana Thénon y estoy, francamente, asombrado. Otro detalle: mi lectura próxima son los Sueños de Walter Benjamin, y lo que surja a través de las ideas. Vantablack comienza a ser algo más o menos cierto: “Estamos hechos / a imagen y semejanza / de la imagen”, escribí en uno de los poemas. El libro marcha, entonces marcho también. Por supuesto que no se está escribiendo solo, estoy presionándome, y aunque estos días (veinte) de enero seguiré trabajándolo, puedo hacerlo de manera intermitente. Tengo lo necesario para las revisiones, y me gusta lo que leo (no lo que escribo, sino lo que leo, lo que resulta).


4 de febrero 5:22 am

Los horarios de sueño son terribles. Aquí estoy, a media hora de que amanezca, escribiendo en el diario: tengo diez poemas de Vantablack concluidos. Estoy haciendo uso de las técnicas que prometí: estoy montando poemas, no escribiéndolos; estoy enfatizando en los poemas, no desdoblándolos; estoy repitiendo en los poemas, no haciendo originales. La producción que llevo, al menos esta madrugada después de veinte cigarros durante el día, está bien.
Pensé, justo hoy, en lo cercano de la entrega: no falta mucho para corregir grupalmente con el resto de becarios, no falta mucho para engrapar los poemas y enviarlos en conjunto (o por mail). Pensé, además de eso, en que mi proceso funciona como él quiere, pero eso lo sabía, y toda persona que escribe a las cinco de la mañana lo sabe. 
Los días están bien: trabajo un poco, pierdo el tiempo, me organizo (aunque posponga los planes), y escribo. Poco, pero escribo. Lo justo, pero escribo. 


Mayo 8 4:37 am

¿Qué cosa es "el sentido del poema"? Al escribir o pactar un discurso más o menos legible, ¿dosificamos nuestras aspiraciones para un lector de por sí poco viable? Entiendo la situación: narrar los hechos desde un objeto (sujeto) emotivo, genera un asidero tentador y difícil de ignorar en el poema. Mi padre, por ejemplo, murió hace más de diez años, ¿él es mi objeto emotivo? Lo fue, en su momento, pero comprendí que la poesía da más gracia que un pañuelo de seda para no dañar la nariz mientras se llora. 


Julio 17 3:09 am

A la mitad del camino, entre la escritura, los borradores y sus consecuencias, me pregunto si las cosas han cambiado para mí. Escribo y leo como siempre (aunque no lo de siempre). Pienso como siempre (aunque no lo de siempre). Soy el de siempre (y sin paréntesis). Tengo las mismas cosas, y sigo siendo tan feliz como al principio. Lo que motiva este probable cambio [?] es, por supuesto, el tema de la beca, pero vamos por partes.
En una ciudad como Mérida, y en un estado como Yucatán, donde las generaciones anteriores se dedicaron a escribir internamente, levantando una especie de "escena literaria", es común que los autores recientes (nacidos en las décadas del 80 y 90) hallen posibilidades de crecimiento para sus carreras heredando la insana competencia del pasado. Competir por un trozo de pastel insípido. Los mayorcitos (que rondan ahora los 30 y tantos años) dicen quién está listo para publicar, quién merece lo que gana, quién puede impartir talleres, etc. No lo sentencian, lo susurran, que es cien veces más patético.
Teniendo cuatro becas, diez premios, quince viajes y veinte libros publicados, no eres nadie si lo que escribes es insuficiente. Es básico, tan inmensamente básico, pero poco entendido.
Nada hay nada peor que sentirse oasis en un desierto de tres cactus sobre médano. 


Agosto 2 11:51 am

Siete palabras como entrada en mi diario.

[SEIS MESES REGISTRADOS A DÍA DE HOY]