Poesía en tiempos de relleno
La poesía mexicana, junto a todos los factores que rodean el fenómeno, vive constantemente la disputa de si existe o no una crisis en el ámbito literario del país. Los premios y las becas son el centro de la discusión: cientos de concursos, obras cuyo impacto es igual a cero, la exigencia de las 60 cuartillas. La realidad es que los libros premiados que carecen de poemas genéricos son pocos, es decir, poemas que pueden aparecer en cualquier otro libro del mismo autor o incluso en obra ajena. Es normal dividir un libro en tres secciones, y dotar a cada sección con un poema ¿poderoso? que de alguna forma sostenga lo genérico del resto. Los finales aforísticos dispuestos en dos líneas son, también, una constante.
Es indudable que los premios y becas han modificado –y aumentado– la producción de poemas. Es impensable para los autores dar una respiración entre libro y libro porque el tiempo es oro. Los poetas que obtienen premios importantes no son necesariamente grandes poetas, pero su escritura suele reflejar, en casi todos los casos, un conocimiento poético verídico, una idea de poema que quizá es eclipsada por los mecanismos de publicación y validación actual. Planteemos una situación hipotética: uno de estos poetas publica dos o tres libros cada año y su carrera empezó hace un lustro. Tiene entonces diez o más libros publicados; de ellos, sólo la cuarta parte es valiosa. Un lector, entonces, tiene amplias posibilidades de conocer su trabajo mediante los libros no valiosos –es decir, aquellos libros plagados de poemas genéricos y temáticas de moda– y decidir jamás volver a este autor. Si escribir es generar significaciones de lo imposible, publicar es querer ser leído. Pasa entonces que quizá muchos de nuestros poetas no quieren ser leídos: la publicación de su obra es mera consecuencia de lo premiado.
Por otro lado, hallar libros que con una extensión menor serían buenos es común. La plaquette no entra en el sistema actual, por lo que grandes obras de la tradición literaria universal no podrían ser validadas en esta época ni concursar en los certámenes de prestigio. Por el contrario, el facilismo de las construcciones de libros del ahora es indudable. Pensemos en la gran cantidad de autores que sostienen su carrera literaria en uno o dos libros destacables, pero su bibliografía consta de más de veinte volúmenes para el olvido. Diríase entonces que estamos en los tiempos del relleno, en los tiempos del autor-libro condicionado por su contexto de producción.
Algunos autores escapan, claro, de lo dicho anteriormente. Muchos otros no. La fatalidad no debe acompañar estas cuestiones: la crisis dependerá siempre de los puntos de vista, y los poemas seguirán ahí, intactos. Viendo hacia el futuro, es lógico pensar que, a pesar de esto, ocurrirá la implacable selección natural que acompaña a la poesía. Al final quedarán los libros que debían quedar, y todo esto será sólo una página oscura en los libros de la época.
