Publicar y arrepentirse
Quiérase o no, publicar es un acto necesario cuando se inicia en la escritura. Y más que eso: escribir y publicar son en principio la misma cosa. Se ha dicho muchas veces que la poesía mexicana, por ejemplo, debe su “crisis” a las facilidades que otorga la actualidad para quien desea o patológicamente necesita una publicación, y es que no carecen de razón aquellos que mencionan que publicar es, en estos tiempos, lo parte más sencilla del oficio. Por eso nos apresuramos en el acto, y me atrevería a decir que todos, sin excepción, alguna vez lo hicieron.
Publicar un primer texto entre los 15 y los 20 años es común. Arrepentirse de dicho texto entre los 15 y los 80 también lo es. Pensemos, entonces, en la importancia del suceso: ¿qué sería de mí, autor, sin ese primer acercamiento? Probablemente nada. Quizá después llegue el primer cuadernillo o la primera antología de la que también vamos a arrepentirnos. Hemos sabido de escritores que buscan eliminar su texto de tal o cual revista, descolgarlo de internet o negarlo con todo el rigor posible. La realidad es que siempre es demasiado tarde.
De raíz, el problema de publicar cuando se inicia es que se torna enfermedad: una vez que ocurre muchos no pueden detenerse, y los mismos tres o cuatro textos aparecen en veinte o treinta revistas (que muchas veces publican cualquier cosa, lo que me parece es en gran parte un problema), dos o tres antologías y un par de videos. Uno, con pleno desconocimiento, desea sólo figurar en lo que hace. Publicar es existir. Y muchos existen a la fuerza y demasiado pronto. Escribir poco y publicar poco no es necesariamente bueno. Del mismo modo, escribir mucho y publicarlo todo no es del todo una equivocación. Digamos, pues, que los rituales de publicación dependen de los autores en absoluto.
Vuelvo a decirlo: publicar es necesario en tanto que nos quita la vergüenza, y renegar de lo publicado es el paso natural. La confianza sigue, cómo no, intacta. Para nadie es un secreto que la escritura es un juego de ensayo y error, de intentarlo sin más. Los autores de más experiencia recomiendan publicar cuando la madurez nos haya alcanzado –o la hayamos alcanzado– pero ¿qué hay del ensayo-error que detona en la confianza? Vale la pena retomar el prólogo de Poesía, una historia de locos del gran Antonio Cisneros:
Publicar otorga la sensación de Ser Escritor –así, con las mayúsculas– y dependerá, el porvenir, de la visión de ese escribiente primerizo. Obtener la desvergüenza es la primera necesidad de quien escribe, asumir el probable error, quizá, es la segunda.
